La carrera de ciencias políticas es antiquísima.
En Grecia, los que disertaban sobre el funcionamiento de la polis, como
Aristóteles, formulaban tesis más políticas que propiamente filosóficas.
Politólogos fueron los grandes tratadistas medievales, hasta Nicolás
Maquiavelo, el primero que se atrevió a redactar un manual de consejos
pragmáticos para uso del gobernante asesorado y todos los paradigmas de las
ciencias sociales, desde Augusto Comte (el padre del positivismo) hasta Carlos
Marx, hicieron algún énfasis en la especificidad de la política dentro de la
sociedad.
Más contemporáneamente, los profesionales clásicos
de Venezuela se graduaban simultáneamente de abogados y doctores en ciencias
políticas. Uslar Pietri, Rafael Caldera, todos ellos tuvieron los dos títulos.
De haber culminado sus estudios, Rómulo Betancourt y Carlos Andrés Pérez
también lo hubieran sido. Es significativo que la única maestría cursada por
Hugo Chávez fue la de Ciencias Políticas, por cierto, en la Universidad Simón
Bolívar.
Claro, aquellos doctores en ciencias políticas no
tenían la formación específica del politólogo de hoy, porque nuestra profesión
como tal sólo se esquematizó en 1948, año emblemático, pues marca el nacimiento
de la ONU, del nacimiento del Estado de Israel, del comienzo de la Guerra Fría,
escenario para la formación, discusión y operaciones de los profesionales de
sucesivas generaciones.
Digamos que el politólogo de hoy es un profesional
de las ciencias sociales, con una amplia formación (historia, derecho,
sociología, psicología, economía política, estadísticas y metodología de la
investigación) ocupado en comprender la búsqueda, administración, conservación
y justificación del poder. Debe conocer las grandes corrientes de la evolución
histórica, manejar los fundamentos básicos del derecho constitucional,
internacional, público y romano, comprender las principales escuelas
sociológicas y psicológicas, los fundamentos de la economía política, las
estadísticas aplicadas a la investigación social, pero viendo cada proceso,
episodio y personaje desde la especificidad de la política.